Carlos Guajardo
Académico de la Facultad de Educación, U.Central
Han sido ocho gobiernos de turno desde el retorno a la democracia, décadas sosteniendo campañas y administraciones de los distintos Ministerios de Educación en que el foco habrá de estar en el fortalecimiento de la educación pública a lo largo del país.
Sin embargo, a la fecha sólo vemos políticas fragmentadas que apuntan a los problemas que van surgiendo sobre la marcha, soluciones transitorias sin posibilidad de anticiparnos a un sistema que integre todos los asuntos relativos con la educación que suelen recibir los más desfavorecidos.
Por una parte, tenemos una Jornada Escolar Completa fallida, donde poco y nada los estudiantes aprenden a desarrollar habilidades para la vida, más bien, se les coarta con más horas de clases con tal que el SIMCE obtenga los mejores resultados posibles en la escuela. El alto trabajo administrativo asignado a los profesores, deja escaso tiempo para fomentar las llamadas “comunidades de aprendizaje”; esto va de la mano con la exigencia para que los Objetivos de Aprendizaje, sean desarrollados a través de una programación anual y centrada en las notas. ¿Qué pasa con el estudiante que tiene un estilo de aprendizaje en que no logra comprender lo que es impartido? ¿lo dejamos y seguimos adelante con la programación de la asignatura? Sé que muchos profesores hacen casi lo imposible por apoyarles, pero con el apremio del tiempo y la disminución del apoyo de la familia en estos últimos años para con la escolaridad de sus hijos, poco se logra remediar.
Fortalecer la educación pública va más allá de políticas que apunten a focos diferenciados y desarticulados, han de ser tratadas integradamente entre todos los actores responsables de la sociedad civil: Estado, Gobierno, universidades, escuelas, familia, e incluso el mundo privado. Seguiremos con los mismos problemas, si no somos capaces de reconocer a los países que nos llevan la delantera, ven estos aspectos como un todo y no disgregadas.
Mucho se habla que los colegios emblemáticos han dejado de ser lo que eran, pero, no nos hemos preguntado si estas instituciones también son representativas de las nuevas dinámicas globales que ameritan un cambio en la manera de hacer educación en pleno siglo XXI. Lo que yo esperaría, es que la discusión no se forje en diferenciar entre colegios emblemáticos, bicentenarios, municipales, SLEP, entre otros, sino que, el debate ponga su esfuerzo en mejorar de una vez, “todo” el Sistema de Educación Pública en Chile. A la larga, todos tienen el derecho a recibir una educación de calidad más allá que algunos estudiantes sean mejores que otros.