Por Beatriz Mella-Lira, PhD. Directora del Centro de Investigación CIUDHAD, Universidad Andrés Bello.
La seguridad personal y la necesidad de sentirnos protegidos en el espacio público define fuertemente las decisiones de qué hacemos y por dónde nos movemos cada día. Si bien estas preocupaciones son transversales a las dimensiones de género, socioeconómicas y etarias, existe evidencia a nivel mundial de cómo esas preocupaciones se expresan más fuertemente en el caso de las mujeres. Las mujeres tienden más que los hombres a abandonar viajes de ocio, a hacer rutas más extensas si son más seguras, a cambiar de modo e incluso de destino si se sienten inseguras. Por otro lado, y a pesar de una lenta reconfiguración social de los roles económicos y familiares, las mujeres todavía hacen más viajes de cuidado que los hombres, lo que aumenta su condición de “tránsito” y les permite tener más conciencia respecto a los riesgos en el camino.
Recientes cifras de la encuesta ENUSC (2022) validan las diferencias entre hombres y mujeres respecto a su percepción de inseguridad. La encuesta revela una diferencia de hasta casi 15 puntos porcentuales entre hombres y mujeres en su percepción de inseguridad caminando por el barrio cuando está oscuro (58,4% hombres, 73% mujeres). El mismo fenómeno de inseguridad perceptual se da en otros espacios de la ciudad, como plazas o parques (35% hombres, 37,6% mujeres); en paraderos de locomoción colectiva (40,3% hombres, 48,3% mujeres); en el uso de las calles del barrio (35,6 hombres, 42,1 mujeres). En los centros comerciales, que son espacios privados de uso público, existe una diferencia similar, con una percepción de seguridad mucho mayor en el caso de hombres que de mujeres (31,7% vs 43% respectivamente).
Más allá del género (a pesar de lo relevante que es), las experiencias de movilidad cotidiana en la ciudad no sólo afectan la calidad de vida, sino que se transforman en una figura amenazante para lograr una transición hacia una movilidad más sostenible. Como las experiencias de inseguridad más negativas están asociadas al caminar, o al lugar de espera de transporte público (estaciones de metro y paradas de buses), la evidencia mundial muestra que el acoso y el miedo a la delincuencia pueden aumentar el uso del automóvil sobre el transporte público.
Las transformaciones del espacio público desde una perspectiva de género permiten contribuir transversalmente (no sólo hacia las mujeres) para solucionar conflictos de seguridad personal y delictual. Es relevante visibilizar y educar en torno a las conductas equivocadas en espacios públicos que contribuyen a la inseguridad, como el acoso callejero, invasión del espacio privado y agresiones verbales y físicas. Resolver el hacinamiento al interior del transporte público y espacios concurridos es relevante, ya que se ha demostrado cómo éste se relaciona con mayores eventos de acoso sexual. Campañas de concientización conductual en los espacios físicos de tránsito, como los accesos, pasillos, andenes y escaleras del metro, en el caso de las cuidades que cuentan con él, o el entorno de los paraderos, es también parte de la solución. Mejorar los estándares de construcción del espacio construido, derivado del diseño y mantención de los espacios, a través de mayor iluminación, control visual, asientos, mantención y limpieza, son piezas claves de la ecuación. También en paraderos de microbuses y pasarelas presentes en todo el país.
Finalmente, las respuestas deben plantearse desde la multidisciplina, la multi-territorialidad, y los múltiples géneros. Las soluciones para mejorar la seguridad perceptual de seguridad, no solo se benefician de una perspectiva de equidad social y de género, sino que contribuyen directamente a las estrategias medioambientales para disminuir el uso del auto y reforzar el uso del transporte público en el mediano y largo plazo.