Dr. Alejandro Torres
Académico Escuela de Ingeniería, UCEN
En tiempos de emergencia sanitaria se han podido vislumbrar algunas situaciones que permanecían ocultas en tiempos normales o que no queríamos ver, pero que siempre estuvieron allí; en particular, aquellos temas relacionados con la desigualdad y la vulnerabilidad social que está sufriendo una parte importante de los habitantes de nuestro país.
Esa vulnerabilidad también se presenta en las posibilidades de movilidad, donde gran parte de la población no tiene más opción que utilizar el transporte público. En los actuales tiempos de movilidad restringida, es posible ver más de 20 personas a menos de 1 metro de distancia en micros y metro, la duda surge entonces: ¿qué pasará cuando tengamos que retomar nuestras actividades habituales y cómo haremos cumplir las condiciones impuestas por la autoridad sanitaria en el transporte público? Nuevamente estamos frente a una situación que afectará a ese amplio sector de la población más vulnerable de la sociedad, que vive en condiciones de hacinamiento en sus viviendas y también en el transporte público, condicionantes que aumentan las probabilidades de contagio.
Una medida costosa, pero necesaria es el control de acceso, el cual podría traer un aumento en los tiempos de traslado, dado que se transportará menos personas por micro o por vagón de metro; y ahí surge otra pregunta ¿cómo se controla esto en regiones, donde el transporte público tiene poca regulación por parte de la autoridad y se “autoregula” de acuerdo con la conveniencia del negocio del privado? (es su fuente de ingreso, están en su derecho); ya vimos esta semana una reacción negativa de los transportistas a la baja de tarifa para los adultos mayores.
La situación de emergencia no es privativa de la capital o las grandes ciudades, sino de todo el país; tenemos la oportunidad de repensar las políticas de transporte público urbano e interurbano a nivel nacional, donde vasta con salir de la zona urbana de Santiago, para ver la inequidad que existe. Además, debería analizarse seriamente la posibilidad de escalonar los horarios de entrada/salida a los trabajos a nivel nacional; es decir, cambios de hábito que requieren el esfuerzo del país en su conjunto, y no solo del sacrificio de los de siempre, además de incorporar a las regiones y zonas rurales del país, donde en muchos sectores tienen una única opción de traslado para satisfacer sus necesidades básicas.